Este pueblo fue abandonado hace mucho. Aquí no buscan cazadores.

A la entrada de viejo Yharnam.

Encontramos la entrada oculta en la Iglesia, oculta con un mecanismo, bajo una cripta de piedra, un pasadizo se desliza en la tierra, bajando sin parar hasta un enorme portón sellado por un panfleto que reza la frase que encontráis más arriba. La primera pista de lo ocurrido en Viejo Yharnam.

Si hacemos caso omiso a esa primera advertencia y aun así rompemos el sello y accedemos a la vieja ciudad nos volverán a dejar claro que no somos bienvenidos ni necesarios en aquel lugar.

Eh, tú, cazador. ¿No has visto la advertencia? Date la vuelta ahora mismo. En el viejo Yharnam, quemado y abandonado por los hombres, ya solo hay bestias. No suponen una amenaza para los de arriba. Da la vuelta… O el cazador se enfrentará a la cacería…

Discípulo de Djura.

Una voz nos grita desde algún lugar desconocido de aquella ciudad. Una voz que nos advierte que volvamos por dónde hemos venido porque nada había allí para nosotros.

Presentada la situación me detendré a explicar que viejo Yharnam se convierte en una revelación para quien está atento y no cae en el frenesí de la sangre. El cazador que nos advierte que volvamos a la ciudad y dejemos viejo Yharnam tranquilo, puede parecernos un loco, un cazador que se ha corrompido y ahora nos ataca solo por acercarnos.

Pero el cazador solo trata de hacer algo de bien para compensar todo el mal que asola ese lugar. Rememoremos lo ocurrido en viejo Yharnam antes de nuestra llegada, antes de que fuera sellada y olvidada por los de arriba. La Iglesia de la Sanación viendo como la plaga de las bestias se extendía sin control envío a docenas de cazadores a purgar el viejo Yharnam, mataron a todas las bestias que encontraron, quemandolas después pues creían que el fuego era la única forma de limpiar por completo la maldición.

Así encontramos las calles de viejo Yharnam, cubiertas de cruces quemadas, humo, brasas y fuego que se niega a consumirse por completo. Es degradación, una ciudad enferma y muerta que solo sufre de los últimos estertores antes de desaparecer por completo dejando un esqueleto de piedra, ceniza y sangre.

Aun con esa imagen de desolación que nos deja claro que allí no hallaremos nada más que muerte, seguimos avanzando matando las pocas bestias que sobrevivieron a la purga y esquivando los disparos del cazador. Estamos tan obcecados en avanzar y sobrevivir que no nos paramos a ver los pequeños detalles. Djura a pesar de estar posicionado en lo alto de un torreón desde el que nos podría matar sin problema siempre dispara andanadas que podemos esquivar con facilidad. Sigue lanzándonos advertencias, no nos quiere matar, quiere que nos vayamos.

Y, ¿por qué? ¿por qué esa obsesión con alejarnos de viejo Yharnam? la respuesta la obtenemos de las bestias. Si vamos con la antorcha por delante veremos que las bestias reculan, se asustan ante el fuego. Recuerdan la masacre, como la Iglesia y los cazadores quemaron a todos los suyos y por eso huyen aterrados del fuego. Si, nos atacan aun con la antorcha, pero la temen. Sentimos ese temor en sus gestos. Son criaturas que podrían matarnos sin mucha molestia, son fuertes, ágiles y veloces, pero aun así se quedan estáticos unos segundos por culpa de la imagen del fuego.

Ante ese simple gesto se nos revela algo muy importante. Esas bestias aun conservan parte de su humanidad, muy en el fondo, atenazada por la sangre y la maldición, pero está ahí. Siguen siendo hombres, hombres enfermos y atacados por una enfermedad que nadie les advirtió que sufrirían si consumían sangre. Djura lo entiende, comprende esa verdad tras asesinar a cientos de bestias. No está purgando una maldición, esta masacrando una ciudad.

Las bestias, por peligrosas que sean, siguen siendo humanas y su comportamiento solo es fruto de su condición, no se lanzan sobre los ciudadanos por gusto, el frenesí les llama a la sangre. Por eso Djura y sus seguidores se quedan en la ciudad velando por las supervivientes, por eso la ciudad es sellada pero el permanece como una defensa para con los ciudadanos que allí quedan, en caso de que algún cazador, como nosotros, decida adentrarse en la ciudad para seguir matando.

Djura es de los pocos cazadores que se sobrepone al ansia de  matar de los cazadores y va más allá comprendiendo que no está exterminando monstruos, está asesinando inocentes enfermos, y muchas veces los cazadores lo hacen con saña y sin contemplaciones. Y sus seguidores se convierten de esta forma en cazadores de otros cazadores.

Una nueva capa de profundidad que nos demuestra que no siempre somos los buenos, aunque nuestras intenciones lo sean. A veces actuamos movidos por el bien y acabamos causando un mal mayor, o tal vez solo un mal menor pero sin caer en que lo estamos cometiendo pues estamos obcecados con nuestra misión: Poner fin a la cacería.