Cujo es una novela sencilla. Relativamente sencilla al menos. Sobre todo si nos centramos en sus sinopsis, que con King es una temeridad. Cujo es un San Bernardo de cien kilos (Se ha pasado ochenta pueblos con el tamaño) más bueno que el pan y al que la rabia convertirá en una maquina de matar imparable. Hasta ahí serían las sinopsis. El libro va de como Castle Rock se enfrenta a un monstruo así. Es la forma que tiene el libro de venderse.

Luego, como ocurre habitualmente con King, va de otras veinte mil cosas mientras lo que da título avanza inexorablemente por el fondo de la narración.

¿Quiero decir que Cujo no va de un perro asesino? No. Pero no es lo que más interesa a King en esta novela. Es curioso que según sus propias palabras no recuerde haberla escrito. Hablamos de la época más oscura de King con sus adicciones, la que provocó que su familia y amigos empezaran a tirar de él para sacarlo de ese abismo. Comento todo esto, porque es sorprendente o, al menos, a mi me sorprende. Esto lo escribió o borracho o drogado o ambas cosas y estando en esas condiciones elaboró un estudio de personajes majestuoso. No quiero ni imaginar lo que podría haber conseguido sobrio (Coincido con él que el arte no mejora con drogas).

Tiene sus típicas muletas. Esta demasiado obsesionado con el sexo y el cuerpo femenino a un nivel estético. Raro es el personaje femenino que no tiene comentarios que te dan una sacudida y te echan de la narración. No llega ni de lejos a los niveles que vi en La larga marcha, aquí no hay un momento de muerte por erección (El qué lo ha leído sabe y el que no… Si, eso pasa), pero a mi que a los hombres los describa con todo un abanico y a las mujeres o están gordas o tienen las tetas bien puestas pues me termina por cansar. Llega a un punto en que tenemos a dos hermanas hablando y una de ellas piensa de la otra: ¡Qué vieja está, se le han caído las tetas! Y yo en mi casa leyendo eso a la una de la madrugada en plena tensión y pensando: Si, es justo en lo que me fijaría yo si tuviera una hermana. En sus tetas.

¡Pero!, cómo decía más arriba, aquí hay una novela de personajes, de relaciones, una obra que quiere hablar de los matrimonios y su desgaste de una forma sincera y profunda. De forma transversal tenemos al perro gigante y pinceladas del universo King en forma de referencias a otras obras; eso sigue ahí, pero la novela gira en torno a lo otro. Ahora mismo estoy en la zona central del libro y he tenido la necesidad de abrir esta entrada para soltar estas ideas antes de que marchiten y mueran en mi cabeza. King aprovecha al propio Cujo como un anzuelo para hablar de lo que le interesa. Coloca en el tablero a dos parejas, dos matrimonios jóvenes, y juega con ellos. Tensa sus vidas hasta sacarles hasta la última hebra de pensamiento que pueda. Uno de ellos es el peor parado de esta situación, es al que la novela más ignora. Le da suficientes momentos para verle las capas de complejidad, pero no ahonda igual que con los demás. Tengo dos opciones para ese desajuste, la primera es que King lo detesta y por eso prefiere no meterse en su cabeza; la segunda, no quiere que se note el truco, ya lo ha usado en los otros tres así que a este lo ignora para que la repetición no rompa el hechizo.

Creo que estamos ante los personajes más complejos que he leído a King hasta ahora. La forma en que se mete en la cabeza de una mujer adultera, cómo serpentea por su psique hasta que entiendes porque lo ha hecho, es magia. Un ejercicio de empatía y mimetización que repite con otros dos personajes con tal facilidad que me genera una envidia insana. ¡Qué mi parte favorita de este libro es toda la secuencia de cómo se descubre esa infidelidad! El dolor, la rabia, la traición, la culpa, todas esas emociones tan complejas y difíciles de plasmar en papel y que él las maneja como un titiritero maestro. Y vuelve al tema central del libro, el amor y como los dos matrimonios protagonistas son dos caras de la misma moneda. No a un nivel superficial, es más profundo, es esa necesidad que tienen ambas mujeres de algo y es cómo se comportan sus maridos ante esa necesidad. Es un libro precioso en ese aspecto. Precioso en el sentido de que es una radiografía nítida y mimada de lo que quiere contar.

Dicho eso, cada vez adoro más lo maruja que es King a la hora de escribir. Sé que es una percepción personal auspiciada en que yo escribo así (No a nivel de calidad, me entendéis, no soy Stephen King, ojala… ojala tener su dinero). King tiene una forma de narrar que yo siempre he denominado vieja del visillismo. Hay una escena que empieza con: Cujo, rabioso, está a punto de matar a un personaje. Pues después de esa frase King se pasa página y media comentando cómo ese mismo personaje ya ha visto un perro rabioso antes cuando viajaba por una carretera, con una moto, pero voy a contarte también que moto era, y que hacía en la carretera, ¿Y te he dicho que la hija de la Paqui ha tenido un hijo? Y no es de su marido. Las malas lenguas dicen que es del butanero, pero yo sé que es de su hermano. Esa familia siempre ha sido rara. Sobre todo su primo y… ¿Qué? ¿Qué perro de qué? Calla que tengo que contarte aquella vez que olvidé como sentarme.

Es una forma de escribir que puede resultar alienante y sacar a la gente de la lectura. Lo entiendo. A mi me puedes dar siete camiones de marujeo si los vas a escribir así. Este libro «abusa» mucho de ese estilo, pero también es parte indispensable para comprenderlo a mi entender. Si quiere hablarte de matrimonios tiene que venderte esos matrimonios, tiene que hacerte entrar en la vida de esas personas y la mejor forma que tiene para hacerlo es que participes de ellas. Parar la acción para contarte los entresijos de la publicidad de un personaje; la crisis de identidad ligada al envejecimiento de otro; los temores al futuro de un hijo en otro. Quiere hablarte de ello y utiliza lo cotidiano con precisión de francotirador.

Todo esto lo reitero con su tercio final. La forma en que King hermana su narración distendida, parándose para contarte mil detalles sin importancia, y la tensión del momento es una locura. Utiliza su propio estilo para estirar y estirar la tensión hasta que crees que no aguantarás más, que vas a tirar el libro contra la pared, pero no puedes. Te ha atrapado. King te ha agarrado de la nuca y no te va a soltar. Y tú pasas una página, y otra, y otra. Quieres saber si ella está bien, si todo va a salir bien, y King va construyendo un in crescendo constante a base de arrancarte de la granja y meterte a patadas en otros sitios. Cualquier otro autor habría fracasado miserablemente. ¿Cómo vas a quitarme al perro monstruoso para hablarme de publicidad? ¡Pues él lo hace y tú quieres que a Vic le salga bien su trabajo al mismo tiempo que desearías gritarle que llame a casa!

Cuatro horas. Estuve cuatro horas en plena noche siendo incapaz de separarme del libro. Llegas a la página 300 y no vas a parar. No puedes. ¿Cómo vas a abandonar a Donna y Tad? Ese paleto de Maine ha conseguido coserte las manos al libro y tus ojos van a devorar línea a línea en busca de esa frase que logre disipar la tensión, la preocupación y el malestar. Vas avanzando como un desquiciado porque ya no estás leyendo, estás en el Pinto muriéndote poco a poco, viendo un perro de cien kilos clavarte su mirada asesina con una malévola y antinatural sonrisa.

Es un libro increíble. A mi, personalmente, La zona muerte me rompió. Tocó las teclas adecuadas. Pero Cujo no se queda atrás. Y sus últimas páginas son las más crueles, tristes y reconfortantes que he leído de una forma que yo todavía soy incapaz de comprender del todo. El malabarismo que realiza con el final me resulta chocante porque a un nivel superficial lo odias. Quieres ir a Bangor y pegarle con un palo gordo. Pero te ha tocado la fibra. Mientras tú como lector ibas desesperándote, él se ha infiltrado como un Boina Verde, se ha sentado en tu pecho y ha empezado a tocar la bamba con tus nervios. Porque pese a todo lo malo, pese a decirte claramente que estás en el infierno, logra encender una pequeña chispa que te desborda el alma.

Y la gente sigue teniendo el resplandor. Esto ya parece un chiste recurrente mío, pero encaja demasiado bien. Tengo la sospecha que haber leído Doctor Sueño tras El Resplandor me ha predispuesto a ver los clichés de King como un elemento recurrente de su cosmología particular. Encaja bien, no se me puede negar que hay momentos en sus novelas que gracias a lo que vive Danny Torrance en Doctor Sueño el lector puede achacar al resplandor y no a una conveniencia de guión. Ahí tenemos una de las escenas más terroríficas del libro que funciona mejor con esta idea en mente.

Disfruto mucho de King de una forma extraña, al menos por mi comparación con mi compañera de trabajo. Las partes que me enamoran de cada libro suelen ser las que el resto ignora. Todavía no he visto a nadie en Goodreads hablando de la trama romántica de Johnny y Sarah en La Zona Muerta. Algo me dice que no encontraré mención alguna en Cujo a la forma adulta con la que afronta una crisis matrimonial grave, que es mi parte favorita del libro. La infidelidad y lo que provoca en un matrimonio, en sus individuos, en su hijo, en el amante; hasta las consecuencias que pueden ocurrir por ello aunque no se prevean.

Un libro sobre un perro rabioso y yo me quedo con esa pareja que se quiere, que las circunstancias ha astillado y que no saben si se va a romper o podrán arreglarlo. Me gustaría mucho saber que habría podido hacer con estos mimbres un King sobrio. Intuyó un cambio, uno solo, en las últimas diez páginas. Pero el resto… Nunca lo sabremos.