Hoy vengo a hablar de mi libro.
Y apenas si he tardado dos meses en escribir este artículo porque no estaba contento nunca con lo que estaba poniendo en él. Venderse es difícil. ¿De qué hablar? ¿Cómo empezar? ¿Qué cuento? ¿Qué guardo bajo la alfombra? Supongo que empezando por el principio y luego ir desbrozando a través de la verborrea.
¡He publicado una nueva novela! Siempre con un matiz de tristeza. Es la única disponible porque el panorama editorial es el que es. Apoyad a las editoriales independientes, a las nuevas voces que no resuenan en los palacios de Planeta sino en las calles. No lo digo solo por mi (Pero comprad mi libro, regaladlo en reyes, enviadle un par de copias a Guillermo del Toro), también es un breve alegato para que apostéis por esas voces como: Irene Morales, Maeva Nieto, G. G. Lapresa, Enerio Dima, Alister Mairon, Beatriz Aguilar. Mi libro favorito de todos los tiempos pertenece a esas voces.
Dicho esto, que iba a ser mucho más largo porque vivir bajo la bota de una multinacional enfada mucho, vamos al turrón:
El cazador de shinigamis
Temidos, reverenciados… Los shinigamis son heraldos de la muerte, seres todopoderosos e intocables que recorren el mundo portando en ellos la sentencia de los difuntos. Nadie sensato se interpone en su camino ni osa desafiarles. Pero ahora, muchos temen viajar al mundo mortal.
En un Japón alternativo dominado por la miasma, una sustancia letal y capaz de obrar prodigios de la ingeniería al tiempo, el veterano rōnin Boroboro recorre el país dando caza a los peligrosos shinigamis para hacerse con sus corazones. ¿Su objetivo? Recuperar a Sakura y su apacible vida.
Su cruzada alterará no solo el orden natural, sino que determinará también el destino de Yomi, el reino de los muertos, donde el usurpador Shindao ocupa el trono mientras una reina encadenada aguarda su oportunidad para liberarse.
Las sinopsis nos hacen una idea general de lo que podéis encontrar entre las páginas de esta novela. Pero mi idea con esta entrada es haceros una pseudopresentación para todes les que no pudisteis estar en la librería Gigamesh el pasado 12 de noviembre, cuando cumplí uno de mis sueños de escritor (y lector) y visité por primera vez esa maravilla llena de libros para presentar a Boroboro en sociedad. Acompañado por tres personas maravillosas como son Alister Mairon, mi editora que se merece un altar, Marta Maldonado, la ilustradora que se merece otro porque la portada de El cazador de shinigamis es una obra de arte y no puedo explicar hasta que punto es perfecta sin desvelar demasiado de la trama y, redoble de tambores, llegando desde Tortosa, Bea Aguilar, escritora de Jonathan Royce y las tortugas ninfómanas del espacio exterior (Compradla, llevo setenta páginas y es una lectura que te alegra el día).
La presentación fue divertida y toda una experiencia que me ayudará a componer este artículo. Ayudará pero no del todo. Acabo de borrar ocho párrafos enteros. ¿Por qué? No estaba convencido de que fuera la mejor forma de hablar de ella. Llevo el último mes pensando en como abordar esto. En este plazo me he leído dos novelas de Stephen King y creo que me ha ayudado a enfocarme.
Esta novela tuvo su chispa en la calle Alameda de Alcorcón, en pleno verano, según subía por ella al trabajo iba escuchando un podcast: «Los shinigamis eran mensajeros de la muerte». Así nació. Vi un fogonazo, una imagen de un samurai enfrentado a un shinigami. Un concepto que estallo en mi cabeza y sirvió de germen a todo un jardín de ideas, de tramas, personajes y un mundo sustentados en ese fogonazo. Incluso tuve la ayuda inestimable de Arnau que me dio a Boroboro en los primeros compases de la ardua tarea de la escritura.

Boroboro envejeció con el tiempo, pero el concepto visual permaneció inalterable. Yo quería este aspecto terrenal, con reminiscencias a Ashitaka de La princesa Mononoke. Arnau cogió esa idea y realizó esta auténtica obra de arte (Qué estoy convencido de que hoy día diría que lo haría mil millones de veces mejor. Y cómo es un genio es probable que sea verdad).
No me cansó de esta ilustración.
Volviendo a venderme. Escribir es un proceso solitario y mágico. Ha deambulado por mi cabeza las últimas semanas lo extraño que es escribir. La capacidad única que tiene la humanidad de vomitar una serie interminable de palabras y conseguir evocar emociones, construir imágenes únicas y llevar al lector a un mundo que no existe, que es tuyo, que has sido capaz de dotar de vida. Si eso no es magia, será un don divino. Por eso me ha costado tanto dar con una forma de abordar esta reseña. Puedo explicar las ideas sueltas de como ha sido escribir esta novela. Puedo contar la anécdota de que la primera versión de esta novela la escribí en una maratoniana sesión para llegar a tiempo a una recepción de manuscritos. Pero no conseguiría explicar como es realmente el proceso, porque ni yo mismo sería capaz de explicarlo del todo. Sé a dónde quería ir, pero a la hora de empezar a teclear me doy cuenta de que las ideas salen, que Boroboro y su mundo viven entre mis nervios y los dedos, que yo solo puedo dirigir el impulso.
Si me gustaría hablar, antes de terminar y animaros a comprar el libro, de sus temas. Una de las primeras versiones de esta novela tenía sus temas enterrados, en mi idea de que Boroboro estuviera arañando la superficie de un conflicto mucho mayor y no se diera cuenta. La edición provocó que esos temas subieran a la superficie y, dada la época que nos toca vivir, creo que fue la mejor idea. La tiranía es un elemento central de la novela, pero quise centrar la narración en algo mucho peor que un tirano: La apatía y desinterés de quien debe impedir que el mal se alce.
Toda novela es política, toda obra de ficción y todo arte es político y tiene un mensaje. Si, las multinacionales gritan lo contrarío, pero así es. Mi novela favorita de Stephen King habla sobre los peligros del populismo en manos de un político sin escrúpulos; Parque Jurásico sobre los peligros del capitalismo cuando se impone sobre la ciencia; El cazador de shinigamis sobre el alzamiento de la tiranía a causa de los poderes que no hacen nada.
Aquí tenéis una novela escrita con toda la pasión de la que soy capaz (y el enfado concentrado de los tiempos que nos ha tocado vivir) que rinde tributo a mis gustos, a Miyazaki, al otro Miyazaki, a las historias de samurais, a Stephen King, su Randal Flagg ayudó muchísimo para construir a Shindao. Y espero que queráis darle una oportunidad. Y siempre podéis añadir a la mezcla alguna de las novelas de Cetus, una editorial pequeña y llena de talento que merece mantenerse en pie en un mercado saturado por los dos titanes monstruosos. Ayudad a que las voces se alcen por encima de la maquinaria.
Regalad una novela independiente.
Regalad El cazador de shinigamis.
¡Felices fiestas! ¡Os deseo una feliz entrada en un año que os traiga alegrías!

