Aquí tenemos el relato que John Carpenter quisiera trasladar al celuloide. Algo que el mismo dice casi imposible debido a la necesidad de crear un color imposible, un color ajeno a nuestra realidad. Carpenter concluía así que el relato de Lovecraft era perfecto en las páginas y casi imposible de llevar a otro medio.

Con semejantes halagos es normal que sintiera curiosidad por dicho relato y en cuanto cayó en mis manos me dejo claro el porque de ser recomendado por un genio en su genero (Si no me creéis os veis La Cosa y luego volvéis). El color que cayó del cielo es un relato impactante sobre la degradación humana, sobre ser consumido por una fuerza invisible que va mermando todo a su paso, las fuerzas, la cordura,…

Todo lo rompe con el tiempo y de forma inmisericorde. El relato comienza con un narrador que pasa frente a unos terrenos abandonados y de un color enfermizo, allí recuerda que hubo una granja con un pozo. Una granja con una historia, con una familia feliz en su interior en otro tiempo. Ahora es pasto de la dejadez y el temor a acercarse.

Hace años, cuándo la familia aun vivía en esa granja, antes de convertirse en un lugar yermo, hubo una lluvia de estrellas fugaces. Una de ellas llegó hasta el jardín de la familia, una gran roca de una estructura impensable, cuyo interior parecía recubierto de pequeñas esferas de un color que no podía clasificarse. La mayoría de fragmentos se llevaron a ser estudiados, pero algunas de esas esferas cayeron a la tierra sin darle mayor importancia.

Lo más especial de esa roca del espacio, a parte de su procedencia, parecía ser su color exótico, único y nada más. La familia sigue con sus vidas sin más problemas. Pero Ammi, la persona que le relata nuestro narrador esta historia se va percatando de como el pasto va cambiando de color, como las frutas y hortalizas se tornan en tonos extraños.

Tras unas semanas el ganado también muestra síntomas,  yagas, cambios de pigmentación, comportamientos erráticos, todo indica que  los animales han enfermado. Y el miedo de Ammi se traslada a la familia. La madre parece cada día más enfermiza y más cansada, lo mismo parece extenderse por el resto de miembros.

Nadie parece saber que les ocurre o de donde proviene la enfermedad, y todos han dejado de alimentarse del ganado y lo que dan los huertos de la zona, solo beben agua del pozo. Un pozo en el que se escucha un chapoteo cuando alguien se acerca.

Un día, un haz de luz surge del pozo y Ammi se encarga de llevar a la maltrecha familia lejos de allí. En su huida echaron la vista atrás encontrándose con un panorama desolador, toda la granja, las inmediaciones, los árboles. Todo brillaba de forma enfermiza y súbitamente algo restalló y ascendió veloz hacia el firmamento.

Y esos hechos parecen persistir en el tiempo.

Lovecraft nos deja las migas necesarias para incendiar nuestra imaginación, nos comenta por encima como la gente que se acerca tiene pesadillas o ve cosas, como el terreno ha quedado de un gris ceniza y los conocedores de la historia aun tienen miedo a beber agua de las inmediaciones.

Nos cuenta una historia de como una granja sucumbe a algo imposible, como cada miembro va menguando en fuerza mental y física hasta que llega un día que todo estalla de formas  alienantes para cualquier mortal. Nos da un clímax  para acongojarnos para después decirnos que no hay final, que lo que allí ocurrió podría volver a ocurrir, y que ha seguido ocurriendo con todo aquel que a osado acercarse lo suficiente.

Adoro esa forma de narrar, es tan sobrecargada que sientes la tierra en el paladar, escuchas el chapoteo hueco en el pozo familiar y notas la ceniza de los árboles muertos en las manos. Su escritura hace que viva en esa casa y que sufra como ellos. Y todo ello sin mostrarnos ningún monstruo, aquí lo único que llegamos a tener es un chapoteo, pero un simple chapoteo bien ambientado se puede convertir en nuestra peor pesadilla.

Un monstruo con mil tentáculos y mil garras da miedo, pero no tanto como el chapoteo de algo que no sabemos que es. Nuestra imaginación es nuestro mayor enemigo y el mayor aliado de Lovecraft.

Esta alianza es consciente, pues Howard (Vamos a tutearle para no repetir tanto su apellido) sabía perfectamente que la clave de toda buena historia de terror estaba en tener al lector frente a una puerta y diciéndole constantemente que al otro lado había algo, pero nunca abriendo la puerta.

Y sabiendo de esta alineación de imaginación del lector y escritor magistral nos despedimos hasta la siguiente lectura.

Hasta la próxima, queridos lectores.

Aquí podéis haceros con él si aun no lo tenéis en vuestra biblioteca.

Lovecraft, sus mejores monstruos: El llamado del Cthulhu y El color que cayó del cielo y otros cuentos