El resplandor escarlata que emitía la gigante roja en el firmamento podía llegar a ser hipnótico. El cielo se teñía de infinidad de tonos, desde el rosado intenso hasta el rojo más oscuro. Parecía un mar donde cada color se iba mezclando  con los demás y formando otros nuevos, era algo hermoso que pasaba con cada atardecer, cuando el astro se perdía en el horizonte y era eclipsado por el inmenso planeta gaseoso en el que orbitaba el satélite Uripey.

Uripey era el origen de los Inu-Mais, una raza antiquísima que había olvidado su propio origen. Solo recordaban que los dioses les habían llevado hasta Uripey eones atrás. Ahora los Inu-Mais no se preocupaban de su pasado, lo perdieron y no lo recuperarán, sin embargo el futuro les tendió su mano generosa. Cientos de mundos habían sido hallados y colonizados, a lo largo de millones de años la raza Inu-Mais fue poblando la galaxia sistema a sistema, planeta a planeta.

Habían pasado casi cincuenta millones de años desde su salto a las galaxias vecinas. Los Inu-Mais estaban cubriendo con su presencia todo el cosmos. No era una especie beligerante, habían trascendido las limitaciones materiales, sus ansias de buscar nuevos mundos no eran fruto de la necesidad o la codicia. Ellos querían saber, conocer, encontrar. Pero había algo que nunca lograban descubrir, algo que los carcomía con una profunda soledad: no había ruido en el vacío.

Ni una señal de vida inteligente. Ni una pista hacía especies superiores o inferiores en cualquier fragmento del infinito. Habían descubierto un sin fin de mundos dónde la vida se había abierto paso a la adversidad, bacterias, hongos, algunos parajes eran bosques perpetuos. El universo estaba plagado de seres, pero ninguno era como ellos, ninguno estaba en el camino a las estrellas. No querían aceptar el ser los únicos.

Los investigadores que observaban atentos y escuchaban silentes el espacio siempre pensaban lo mismo: Si no hubiera una sola civilización en todos esos puntos luminosos, cuánto espacio desaprovechado.

Lier-Thech era uno de esos investigadores. Enfundado en su traje protector observaba el atardecer de Uripey con melancolía. Veía al gigante escarlata cayendo en el horizonte, mientras el planeta protector se alzaba al oeste. Sin girar la cabeza podía ver la maza virulenta de nubes tormentosas que sacudía la atmósfera de ese planeta. Desde que era un niño Lier había visto esa tormenta perpetua y escuchado a sus abuelas contar como en su niñez veían ese mismo vendaval huracanado. Ningún registro marcaba el origen de aquella tormenta. Eso había animado a Lier a la investigación de vida más allá de los Inu-Mais, que no supieran el origen de esa tormenta no significaba que no lo hubiera tenido; qué ellos no hubieran encontrado signos de inteligencia en el vacío no implicaba que no lo hubiera, solo había que buscarlo.

De esta forma, Lier-Thech se instruyó en los mejores centros, especializándose en escuchar el sonido del universo. Estaba convencido de que encontraría, aunque solo fuera un eco, algún dato perdido transmitido por alguien que no fuera Inu-Mais. Así pasaba los días y las noches, con el traje bloqueado en lo alto de una colina, observando el cielo mientras los sensores de su traje y los del centro de antenas cercanos, le permitían escuchar más allá del sistema.

Lier recordaba como en su primer día su madre le dijo:

«Estás escuchando el pasado, Lier. Recuerdalo.«

Lier no lo entendió hasta años después, cuando por accidente escuchó como una nave Inu-Mais era destruída por una tormenta solar. Durante días no pudo dormir, trabajó a todas horas tratando de enviar un equipo de rescate hasta que descubrió  que aquellos gritos ahogados en la nada habían ocurrido, sí, pero hacía treinta años. Lier había escuchado la señal de socorro que había sido transmitida por la vía normal en lugar de la cuántica y había tardado 30 años en llegar.

Fue un jarro de agua fría para él. Si llegaba a encontrar un sonido esperanzador, era muy probable que dicha esperanza se hubiera extinguido hacía mucho tiempo. El espacio era tan vasto que Lier podría estar escuchando el apogeo de una civilización que podría haberse perdido millones de años atrás.

Un día, sin embargo, esos temores se esfumaron cuando su visor se ilumina en naranja brillante. Sus sistemas habían captado una señal.  Algo demasiado preciso como para ser una emisión de radiación natural, demasiado arcaico como para ser de su propia especie. Los grandes ojos de Lier resplandecieron al reflejar las ondas del visor. Eran hermosas, algo que Lier nunca había visto. Sus dedos temblaron en el interior del traje mientras preparaba el sistema para grabar la señal y calcular su procedencia.

Observó, conteniendo el aliento, como los cálculos iban perfilando una trayectoria. Un chasquido y el mapa estelar surgió en el visor. Primero Uripey, después el sistema, una gigante roja con siete planetas orbitando a su alrededor, se alejaba cada vez más rápido mostrando más y más sistemas. Una delgada línea dorada surgía desde Uripey y se iba internando en el cosmos infinito del mapa hasta salirse del mismo.

Lier se quedó petrificado. Era imposible. No había nada, más allá de ese límite del mapa. No había galaxias inexploradas, ni sistemas. Era un vacío completo y total. Recordaba como decenas de misiones habían perdido el tiempo al internarse en aquella dirección. Miles de años luz de pura nada.

La pregunta le asaltó un segundo después «¿Cómo podía generarse una señal en un lugar imposible?«

La voz de su abuela no tardó en llegar desde el recuerdo, desde los días en que ella y su propia madre le instruían: Si algo te parece imposible, cambia de perspectiva y vuelve a mirar. Lier observó detenidamente el mapa estelar, era la última actualización que habían enviado las colonias. Emitió un leve chasqueó con las lenguas y la fecha cambió. Comenzó a retroceder. Ante sus ojos el mapa iba cambiando, las estrellas se desplazaban lentamente en la oscuridad hasta que un destello ocultó un punto de la línea dorada. Lier contempló aquella gigantesca masa de pura luz. Un gesto y paso al siguiente registro, ya no existía ese punto. Buscó en el anterior y encontró una estrella minúscula de color ceniciento.

Una estrella moribunda había entrado en proceso de supernova, pero no había tenido la energía suficiente y había colapsado en un agujero negro. Por eso no se veía nada en el mapa. Lier no incluía ese tipo de entidades cósmicas en la base de datos, lo absorbían todo, no podían ser fuentes de señales.

Pero se encontraba con otro problema. Lier observó con detenimiento aquella estrella y se dio cuenta de que no tenía cuerpos orbitando a su alrededor. La idea de una nave colonial cruzó por su mente y un chispazo de emoción le alteró, pero  desechó la idea enseguida. De haber sido una nave deambulando por esa zona se habría topado con alguna ruta comercial.

Meditó de nuevo ante el nuevo enigma que se le planteaba. Aquella estrella estaba muy lejos, la señal había tardado miles de millones de años en llegar de manera natural hasta Uripey. Eso devolvía a su mente la posibilidad de una nave ajena a los Inu-Mais, pero no quería jugar con ello, era aún más desalentador pues nunca encontraría el origen si lo achacaba a una nave que pasaba por allí hacía miles de millones de años.

Entonces se le ocurrió una locura. Trazó la trayectoria, analizó el espectro energético de la señal y de la supernova, los comparó y probó una simulación. Emitir la señal contra la barrera electromagnética que generó la supernova. Para su sorpresa vio como esta rebotaba y volvía a su origen.  Lier sonrió amargamente ante esa revelación. Siguió con la mirada la línea dorada desde Uripey hasta la estrella y de vuelta, varias veces, hasta que se quedó fijado en su memoria todo el trayecto.

No era una señal de otro mundo.

En un universo tan vasto, una señal había abandonado el sistema de Uripey y había regresado eones después. Las posibilidades eran ínfimas, pero el tiempo había jugado a su favor, pasando los segundos, las horas, los años y los milenios hasta que la casualidad hizo que una emisión rebotara con un acontecimiento cósmico.

Lier cerró todos los sistemas. Abrió su traje y salió al exterior. Notó la brisa cálida en su piel desnuda. La tierra estaba húmeda, le invitaba a sentarse en ella. Lier se tumbó, mirando las estrellas. Respiró hondo con resignación. Mañana sería otro día, pero hoy quería abatirse ante el fracaso y regodearse en él. Chasqueó las lenguas de nuevo para encender los amplificadores. La señal comenzó a reproducirse en bucle, estaba dañada en parte, algunos segmentos no eran más que estática pero ahí la tenía, una melodía que no reconocía. Música olvidada por el propio tiempo.

Lier entendía algo similar a voces en aquella preciosa armonía de notas, pero no era capaz de discernir ningún lenguaje o idioma que conociera. Le tentó la idea de que estuviera escuchando a los Dioses hablándole desde el pasado. Contándole como habían salvado a los Inu-Mais llevándolos hasta Uripey, alejándose de la Gran Catástrofe. Una locura, por supuesto. Los dioses murieron y no dejaron nada tras de sí, mucho menos una señal. Pero a Lier le gustaba la idea de estar escuchándolos, le reconfortaba.

Se quedó allí tumbado en la colina, con su traje emitiendo cinco minutos y cincuenta y cinco segundos de señal en bucle. No entendía nada, pero la melodía que el vacío había arrastrado hasta él, le calaba en lo más hondo, le hacía sentir más cerca de algo olvidado.

Era posible que jamás encontrase otra voz en el universo, pero aquellas notas alejaban esa idea. Tranquilizaba a Lier hasta llevarlo a la ensoñación.

Dormía bajo el cielo estrellado mientras el bucle se repetía y volvían a surgir aquellas voces desconocidas hablando un lenguaje  ignoto:

«Is this the real life? Is this just fantasy?»